Personajes ilustres de nuestra historia: Ángel Sanz Briz

17 04 2011
Sin poseer la notoriedad del encumbrado alemán Oskar Schindler, Ángel Sanz Briz consiguió evitar la muerte de 5.200 judíos húngaros durante la II Guerra Mundial, cinco veces más que el alemán. Por ello, es conocido como el «Oskar Schindler español».

Ángel Sanz Briz nació en Zaragoza el 28 de septiembre de 1910. Habiendo cursado Derecho en la Universidad de Zaragoza, ingresó en la Escuela Diplomática de Madrid en 1933 y finalizó sus estudios poco antes del comienzo de la Guerra Civil Española. En 1936 se enroló en las tropas franquistas. Finalizada la guerra, obtuvo su primer destino, como encargado de negocios en El Cairo (Egipto). En 1942, recibió su segundo destino, poco después de contraer matrimonio con Adela Quijano, también como encargado de negocios, en la embajada española en Budapest (Hungría), un Estado alíado del Eje, pero que no había puesto en práctica medidas de exterminio de los judíos como las que ya estaban en marcha en toda la Europa ocupada por los nazis.

En marzo de 1944 ya se vislumbraba que la guerra estaba perdida para el Tercer Reich. Mientras los Aliados ultimaban los preparativos para el desembarco en Normandía, los rusos avanzaban decididamente por el este. Ante ese sombrío panorama, Hitler decidió invadir Hungría, el único país de Europa central que hasta ese momento no había caído bajo la férula nazi.

Al nombrar al sanguinario Adolf Eichmann como Gauleiter (Gobernador) en Hungría, el régimen nazi mostró su decisión de implementar la Solución Final con los judíos húngaros. Estos, integrantes de una centenaria y próspera comunidad, mientras eran saqueados y despojados de sus pertenencias, fueron obligados a registrarse, a bordarse en la solapa la estrella de David, para casi de inmediato ser transportados en trenes de ganado al sur de Polonia, al campo de concentración de Auschwitz, donde serían gaseados.

Dada la premura por acelerar el exterminio, a diferencia de otros países de Europa, en Hungría no hubo guetos, ya que no fueron necesarios. Mientras el Gobierno filoalemán de Miklos Horthy colaboraba con los invasores, los nazis húngaros de la Cruz Flechada, consumaban despiadados pogromos y persecuciones por las calles contra los judíos de Hungría, al tiempo que instalaban campos de tránsito para concentrarlos antes de su envío a la muerte.

El cuerpo diplomático destacado en Budapest, era testigo horrorizado de los acontecimientos. En la legación española, que no era sospechosa, ni mucho menos, de simpatizar con los Aliados, el encargado de negocios, Miguel Ángel de Muguiro, escribió a Madrid, informando escandalizado de las vejaciones, palizas, registros y otras aberraciones con las que disfrutaban los miembros de las SS.

En Madrid, estaban ya absolutamente al tanto de las intenciones del «amigo alemán» en Hungría. Un año antes, Federico Oliván, secretario del embajador español en Berlín, había escrito al ministerio de Asuntos Exteriores, pidiendo permiso para ayudar a los pocos judíos que iban quedando con vida en el Gran Reich: «Si España se niega a recibir a esta parte de su colonia en el extranjero, la condena automáticamente a muerte, pues esta es la triste realidad». La colonia a la que se refería eran los judíos sefarditas, herederos lejanos de aquellos que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492.

Tanto Oliván en Berlín como Muguiro en Budapest habían rescatado un viejo decreto promulgado por Primo de Rivera en 1924, en virtud del cual todos los que demostrasen pertenecer a la comunidad sefardí, obtendrían de inmediato la nacionalidad española. Ocultaban que el efecto del decreto había expirado en 1931, pero en Madrid no se acordaban y los nazis, naturalmente, no lo sabían. Muguiro se agarró a él para solicitar a las autoridades húngaras la protección de los sefarditas. El problema es que en Hungría, sefarditas, lo que se dice sefarditas, había muy pocos. «No daban ni para llenar un tren».

Sin amilanarse, informando a Madrid del futuro aciago que aguardaba a la comunidad hebrea, usufructuando su condición de diplomático, Muguiro, intercedió a favor de todos los judíos que pudo y engrandeció su obra al apropiarse de un cargamento de 500 niños, a los que les extendió visado y envió a Tánger, salvándolos de la inexorable muerte que les esperaba en Polonia.

Este hecho y otros análogos que trascendieron, fueron los que generaron la animosidad en su contra de los húngaros y alemanes, y los que determinaron, el cese inmediato de sus funciones.La causalidad hizo que el sucesor fuera su secretario, un joven de 32 años que se llamaba Ángel Sanz Briz, un zaragozano casado con una hermosa mujer, con la que tenía una niña recién nacida.

Sanz Briz, quien estaba enterado de la política de Muguiro, fue nombrado encargado de negocios de la Embajada de España. Junto a un italiano llamado Giorgio Perlasca, que había combatido en la Guerra Civil en el bando franquista, refinó y perfeccionó los procedimientos de su antecesor. La premisa era hacer lo mismo, pero con mayor sigilo y menor exposición.

Para evitar elucubraciones y conjeturas, a Perlasca lo nacionalizó español y lo contrató para que trabajase en la Embajada, donde en lugar de su primigenio nombre Giorgio, se lo empezó a llamar Don Jorge.

Entre los diplomáticos acreditados en Budapest, hubo varios más comprometidos en la salvación de vidas, que con toda seguridad, fueron inspiradores de la actuación de Ángel Sanz Briz. En la Embajada de Suecia descollaba Raoul Wallenberg, quien fue la tabla de salvación de miles de judíos condenados a muerte. En la de Suiza, Carl Lutz, el inventor de los salvoconductos de protección denominados «schutzbriefe», que significaron, para los judíos, certificados de vida.

Imposibilitado de informar al Ministro de sus intenciones, para no correr el riesgo de ser cesado en sus funciones, al igual que Muguiro, Sanz Briz se limitaba a detallar las atrocidades que estaban perpetrando los nazis y los vernáculos de la Cruz Flechada en Hungría, contra la inerme población judía. Las denuncias de Sanz Briz no tenían respuesta de Madrid. El silencio fue interpretado por él, «como haga lo que le parezca, pero no genere complicaciones», fue el acicate que necesitó para intensificar sus esfuerzos en aras de salvar la mayor cantidad posible de vidas.

Curiosamente, a Madrid, no le parecía del todo mal que los sefarditas retornaran a su patria, de la que injustamente habían sido expulsados los judíos cinco siglos antes. Los nazis incrédulos no comprendían que la España de Franco, a la que habían auxiliado, se preocupara por unos judíos desterrados tanto tiempo atrás. Aún sin entenderlo lo toleraban. En un hecho sin precedentes, la Embajada de España en Berlín, logró sacar de Bergen-Belsen a 365 judíos que, según el embajador, eran de origen sefardita, judíos de origen español.

Los nazis de Hungría, no sabían fehacientemente el número de judíos de origen sefardita, pero sabían que eran muy pocos. Sanz Briz, conocedor de la propensión de Eichmann a la molicie, le envío una carta en respetuosos términos, acompañada de una considerable suma de dinero, para que los descontrolados batallones de las SS no persiguieran a «sus» judíos. Los cuantiosos estipendios recibidos por el jerarca nazi lograron que el representante español obtuviera el exiguo cupo de 200 personas, que eran la cantidad de sefarditas estimados en el país. Sólo podría emitir 200 pasaportes, ni uno más.

Sanz Briz aceptó sin protestar la dádiva y dio órdenes en la Embajada para preparar los salvoconductos, pero no los 200 asignados, sino todos los que fuera posible. Para ello, se valió de un ingenioso y arriesgado ardid. Ninguno de los pasaportes debía tener un número mayor al 200, pero tampoco debían repetirse. Para ello fue creando varias series que iban del uno al 200. Por ejemplo, del pasaporte nº 80, había varios de las distintas series.

El truco era perfecto pero insuficiente. Para salvar a mil necesitaba cinco series, 2000 diez y así sucesivamente. Pasaportes con el mismo número y diferente serie eran entregados a los temerosos portadores. A los efectos de disminuir las series, Sanz Briz decidió aplicar el cupo otorgado por los nazis, no a individuos sino a grupos familiares, de modo que un pasaporte pudiese pertenecer a cinco o seis personas.

No obstante, el riesgo de ser descubierto por los nazis era muy grande. Todo podía desmoronarse si un agente de la SS, en un control de documentos, parase en la calle a dos portadores de un pasaporte con igual número pero de diferente serie. En virtud de ello y contemplando el hecho que los nazis advirtieran que había muchos sefarditas en las calles de Budapest, Sanz Briz alquiló varias casas para cobijar a los judíos. Estos debían restringir al máximo sus salidas, salir un rato preferentemente por las mañanas, mientras que la Embajada se encargaría de proveerles comida y medicación, y fundamentalmente de tener alejados a los nazis de sus viviendas.

Para extremar los recaudos, Sanz Briz mandó colocar una placa en húngaro y alemán que decía: «Anejo a la legación de España. Edificio Extraterritorial». Los judíos permanecían en sus casas hasta que Sanz Briz conseguía trasladarlos a Suiza, España u otro país en el que estuviesen a salvo.

A finales de noviembre de 1944, el gobierno español, ante la inminente caída de Budapest en manos del Ejército Rojo, le ordenó abandonar el puesto y trasladarse a Suiza. Giorgio Perlasca, veterano italiano de la Guerra Civil española, ciudadano español honorario, que había estado ayudando a Sanz-Briz en sus tareas de protección de los judíos, continuó su labor utilizando documentos de identidad españoles falsificados por él mismo, en los que declaraba ser el cónsul español en Budapest. Perlasca consiguió que los judíos «españoles» siguieran a salvo hasta que el 16 de enero de 1945 los soviéticos entraron en Budapest.

Alrededor de 5.200 personas fueron salvadas de la muerte por Sanz Briz. Cuando regresó a España, no fue objeto de felicitaciones y tampoco de críticas. Prosiguió con su carrera diplomática siendo destinado a los Estados Unidos y durante 35 años representó a España en numerosos países del mundo y falleció el 11 de junio de 1980, siendo embajador ante el Vaticano.

En 1991 el Museo del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén, en Israel, distinguió su acción y transfirió a sus herederos el título de «Justo entre las Naciones», inscribiendo su nombre en el Memorial del Holocausto. En 1994, el gobierno húngaro le concedió a título póstumo la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara. En el acto en su homenaje en la Embajada de España en Budapest, estuvieron presentes dos refugiados salvados por Ángel Sanz Briz, el primer diplomático que apareció en un sello de correos de España, al que recuerdan usando su nombre de pila, como el «Ángel español en Budapest».

Para los interesados en profundizar en la vida de Ángel Sanz Briz, podéis ver los siguientes videos, pertenecientes a un documental realizado por Antena 3:

1. El «Oskar Schindler español» (1 de 8):

2. El «Oskar Schindler español» (2 de 8):

3. El «Oskar Schindler español» (3 de 8):

4. El «Oskar Schindler español» (4 de 8):

5. El «Oskar Schindler español» (5 de 8):

6. El «Oskar Schindler español» (6 de 8):

7. El «Oskar Schindler español» (7 de 8):

8. El «Oskar Schindler español» (8 de 8):


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